
Carlos Támara no llegó al Golfo de casualidad, ningún avistaje de ballenas. El colombiano se ganó el derecho tras desbancar al "Payasito" Hernández y lo ratificó en una noche de alta adrenalina boxística donde hubo glamour (Osvaldo Laport, el Guevara de la ficción) y piñas de las buenas.
Con estos elementos puestos en la mesa, no podía esperarse un trámite rápido. Era evidente que el "Olímpico" de Sincelejo, venía dispuesto a todo, como un fanático islamista dispuesto a su autodestrucción. La causa, claro, fue otra: coparle la parada al rey mosca de la OMB en su propio terruño.
Narváez intentó prevalecer desde el centro del ring. Y desde ese eje posicional, lanzó golpes precisos. Se sintió cómodo en la variante de ir a buscar ante un rival que optó por ser bastante más conservador. Escurridizo, no se expuso y se guardó las fichas para el siguiente capítulo. Por esa sola iniciativa, el chubutense pudo ganar el round "sicologico", ese que no siempre suma.
En la medida que el colombiano calentó motores, pareció crecer la tarea del Huracán, sólido y decidido para soltarse en ataque. A partir del tercero empezaron a marcarse algunas diferencias: Narváez entró por puerta interna y con golpes abiertos, hizo recordar quien es el dueño del cinturón. La pelea ya no volvió a ser la misma y el argentino empezó a probarse el traje de favorito. Minimizó la tarea del rival y desplegó buena parte de sus virtudes: manejó con habilidad la distancia y sus piernas le dieron una libertad de movimientos única.
Los golpes plenos viajaron siempre de los guantes del campeón y la zurda dejó huellas en el rostro del –cada vez más- aspirante. El Huracán ganó hasta el duelo de velocidad, especialmente cuando lograba el achique y se metía sin permiso en el ya castigado cuerpo del cafetero. O se escurría con cambiantes rotaciones de cintura, dejando fuera de ángulo hasta los fotografos.
El peso de la presión ya empezaba a ser un lastre para Támara. Y la suma de tarjetas marcaban a la altura del quinto round, una clara tendencia: el campeón sufría mucho menos de lo que se pensaba. En el sexto round, el colombiano sacó carnet de guapo. Se bancó a pie firme varios ataques picantes e intentó responder, aún en sus peores momentos aunque rendido a los pies de un oponente superior. Quedaba esperar un moño lujoso o una paliza nada virtual. Cualquier vuelco se hacía imposible. La pelea se parecía bastante a aquel doloroso 5-0 en el Monumental cuando Valderrama y compañía tocaron más que el orgullo. Omar, el vengador de botitas voladoras, trasladó a su iluminado teatro de cuerdas una versión más argentina. Con final feliz y cinturón en casa.
Ismael Tebes ismatebes@gmail.com
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