A Omar Narváez cualquier elogio le sienta bien. El pequeño guerrero de Trelew es por lejos, el mejor deportista del Chubut, aunque viva –y se anuncie- como residente en Córdoba. No sólo es el único campeón del mundo que ostenta el boxeo argentino, sino un histórico con todas las letras.
Lo que rezan las localías siempre se relativiza: Omar emigró en busca de un objetivo que atrapó con creces cuando Carlos Tello lo lanzó al ruedo rentado y no porque no se sienta patagónico o sea ingrato. Salta a la vista que tal decisión fue la correcta.
El rey mosca es más chubutense que nadie pero encontró en Córdoba, las condiciones de trabajo ideales. Y estar más cerca de todo, por una cuestión obvia de distancia.
Lejos está de negar sus raíces, la tierra que lo vió nacer, el barrio, sus primeras piñas y las miradas desconfiadas de quienes lo veían “chiquito” para hacerse boxeador.
Con la fórmula de hacer todo “en familia” su equipo está compuesto por la misma sangre. A esa estructura propia, el campeón le suma responsabilidad extrema, esfuerzo y horas de gimnasio tal como se lo inculcaron en sus tiempos de Selección cuando solía llenar incansablemente, las hojas de su pasaporte. Por si quedan dudas de su condición de patagónico basta con remitirse a sus últimas exposiciones en Trelew y Puerto Madryn donde la gente lo convirtió en ídolo y donde los aplausos tuvieron un calor adicional.
No es fácil pisarle los talones al ilustre Carlos Monzón. El santafecino defendió catorce veces el cinturón de los medianos que acarició entre 1970 y 1977 y construyó un mito entre las luces de París, el buen champagne y romances que fueron tapa.
Trasladado a éstos tiempos, el Huracán escribe su propia página. En una categoría chica que aún no le permite ganar las bolsas que su jerarquía merece, sigue dando cátedra con los guantes puestos. Ya acumula trece defensas de su inexpugnable faja de la OMB, codeándose con la historia y alimentando el sueño de ser “el más grande” mediante la unificación que tarda en llegar. Quedó demostrado que Narváez simboliza el pibe humilde que se hizo desde bien abajo y que ahora, saborea la gloria por mérito propio. Nada, y menos en el boxeo, se consigue sin transpirar. Y también en eso, Omar Narváez es un gigante a pesar de su talla.
I.T.
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